Desde que el hombre tuvo noción del tiempo, su medición ha sido realizada por diferentes medios, siendo la sombra proyectada por el sol tal vez la manera más antigua. Vital para marcar la rutina de las personas, los relojes se masificaron en las ciudades europeas, cooperando en la labor de hombres de negocios, funcionarios de gobierno, navegantes y científicos.
El desarrollo de los viajes a partir del siglo XVI hizo que los relojes formaran parte del equipaje, no obstante, estos debían ser ajustados constantemente a la hora local, aún cuando los relojes mecánicos no fueron comunes sino hasta el siglo XIX.
Una solución ingeniosa para ese problema fue el reloj solar ideado por el francés Michael Butterfield (1635 – 1724), que consistía en una plancha de metal no magnético -plata,bronce o latón, generalmente- con un sector circular graduado entre 40º y 60º y una brújula. En el reverso, una lista de ciudades europeas con sus respectivas latitudes. Para medir la hora, se regulaba el cuadrante de acuerdo a la latitud en que se encontraba el usuario, luego se orientaba el reloj hacia el polo terrestre y la sombra del sol daba la hora. Un detalle interesante, es que la brújula no se encuentra alineada con el eje del reloj debido a la declinación magnética, esto es, que el Polo Norte magnético se encuentra desplazado del Polo Norte verdadero.
El reloj tipo Butterfield que forma parte de la colección del Museo fue realizado por el francés Nicholas Bion (1652–1733), quien se dedicaba también a la fabricación de instrumentos astronómicos.